Verde que te quiero


La otra noche soñé con una gran nevada verde. Papá Noel se apuntaba a la moda y exhibía sus barbas verdes a las puertas de El Corte Inglés bajo un abeto ecológico con mil bombillas de bajo consumo. La gente llevaba bolsas biodegradables verdes y por todas partes anunciaban ecojuguetes, ecocosméticos, ecopeladillas, ecopolvorones… Al llegar a la avenida, creí ver un cartel luminoso que decía: “Consume y compensa”.

Al día siguiente, con los ojos bien abiertos, vi pasar por la calle un camión con un poderoso reclamo: “Piensa en verde”. Me sonaba de haberlo oído, pero no caí en la cuenta. “Piensa en verde”. El camión se perdía en la distancia y yo no era capaz de descifrar el mensaje. Eché a correr y pude darle alcance en un semáforo: “Piensa en verde”… ¡Cerveza Heineken!

Pido disculpas por la publicidad gratuita, pero es que últimamente no hay reclamo o paquete que no venga envuelto de ese “verde que te quiero” que todo lo invade. En inglés hay una palabra muy elocuente, greenwashing, que explica de una pincelada lo que está pasando. Más que un lavado, estamos expuestos a un centrifugado verde, y la razón es así de simple: lo verde vende (basta con cambiar una letra).

“Salvar el planeta se va a convertir en el negocio del siglo”, me confiaba recientemente una amiga que sabe lo que se cuece en las grandes multinacionales. Pero ¡ojo con el verde que nos venden, que es lo más parecido al césped! En los McDonald´s de Tokio, por ir más lejos, te dan un Big Mac a la mitad de precio si antes demuestras tu “compromiso con el cambio climático” y tu voluntad de compensar las emisiones. Eso sí, nadie cuestiona que el compromiso para el cambio climático es precisamente la hamburguesa, que el consumo de carne contribuye más que el humo de los coches al calentamiento global, que con el agua necesaria para fabricar medio kilo de carne se puede uno duchar durante todo el año (y mejor no hablar de la crueldad con la que crece y muere el animal).

El consumo verde se ha convertido en el último anzuelo del marketing, que usurpa sin escrúpulos nuestras conciencias sin mostrarnos todo lo que hay detrás. Coger el coche y llenar la cesta de productos congelados en el hipermercado es posiblemente lo menos verde que hay. Comprar en el barrio, comprar orgánico, comprar local es la verdadera apuesta verde, pero ésa no se anuncia y lleva todas las de perder.

A este paso el color de la ecología y de la esperanza se va a convertir en el color del engaño y del señuelo. El sistema no perdona y tritura todo lo que despunta como una tendencia social, hasta apropiarse del mensaje, vaciarlo de contenido y convertirlo en una falsa moneda. Usar y tirar.

Lo que está pasando ahora con el verde me recuerda a lo que pasó hace unos años con la palabra simple. El “simplificad, simplificad” de Henry David Thoureau se convirtió en algo así como “¡Simplificad, malditos!”, y no dejaron de salir anuncios y aparecer revistas consagradas al consumo simple. El réquiem lo puso la televisión, con un reality show titulado “La vida simple” y protagonizado por Paris Hilton y su perrita, confinados en una granja y sufriendo las penurias de la austeridad. Pronto acabaremos viendo a Paris Hilton subida a un todoterreno híbrido, midiendo su huella de carbono y consumiendo-compensando a todo gas…

¡Feliz año verde!

Carlos Fresneda

Periodista y colaborador de la revista Integral. Autor de libros como “La vida simple”.

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