La artrosis y su solución

Ana María Lajusticia Bergasa (Bilbao, 1924) es licenciada en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense de Madrid, y ha realizado estudios sobre agricultura y alimentación animal, publicando artículos sobre el tema en revistas especializadas. Desde principios de los 70 se dedicó al estudio de la dietética, basado en la bioquímica y la biología molecular, y participó en congresos internacionales sobre estas materias, especializándose en los problemas provenientes de las deficiencias en la alimentación. Es autora de La alimentación equilibrada en la vida moderna, Alimentación y rendimiento intelectual, Los problemas del adulto, Vencer la osteoporosis (Edaf, 2000), El magnesio, clave para la salud (Edaf, 2001) y Colesterol, triglicéridos y su control (Edaf, 2002), un éxito de ventas traducido a varios idiomas. En toda su obra destaca un estilo didáctico, riguroso y claro, y está considerada una especialista en dietética y nutrición, disciplinas sobre las que imparte cursos y conferencias. El siguiente texto está extraído de la introducción que realizó para su libro La artrosis y su solución.

Soy una persona que durante muchos años he padecido dolores de cabeza, de brazos y codos, de cintura, lumbago y ciática; con el andar del tiempo, también empecé a sentir problemas en las caderas, en las rodillas y en las plantas de los pies. El diagnóstico que siempre me hacían era espondiloartrosis generalizada y osteoporosis (descalcificación). Me dijeron, cuando ya estaba muy mal, que probara a operarme, fijando la región lumbar con un injerto de hueso de mi pierna, para ver si así mejoraban los mareos y vértigos que me producían el desgaste y la forma que había tomado la región cervical. Esto me lo propusieron tres médicos distintos. (…)
Pero llegó un momento en que los vértigos eran tan frecuentes y la sensación de mareo e inseguridad tan persistente, que fui a otro médico, decidida a ponerme sus manos y a que me operase. Y este, un cirujano muy famoso de Barcelona, me dijo:
- Señora, usted tiene cuarenta y tres años, pero su esqueleto ochenta y siete, y no puedo realizar la fijación de la región lumbar, porque el injerto no va a pren­der, ya que sus huesos no tienen vitalidad y lo único que haría es añadir problemas nuevos a los que ya padece.
Me recomendó cambiar mi corsé por otro más fuerte, una gimnasia para corregir mi excesiva lordosis -cintura muy entrada-, tracciones para la región cervical y pastillas de corticoides, inyecciones, analgésicos y sedantes. Debo reconocer que las tracciones y la gimnasia me ayudaron a aliviar mis molestias. Pero las inyecciones me provocaron la aparición de llagas en la boca, los analgésicos un atontamiento enorme y los corticoides una diabetes, que desde entonces tengo que tratar de compensar con una dieta, a la que ayudo con hierbas hipoglucemiantes. Fue a partir de la manifestación de mi diabetes, cuando empezó a mejorar la artrosis, paradójicamente para mí. (…)
Cambié mi desayuno de café con leche, pan blanco, mantequilla y mermelada, por uno más consistente que constaba de un huevo, jamón, pan integral, una fruta y el café con leche o té. Tuve que dejar de comer, en la merienda, las cantidades de pan que tomaba, cambiándolas por un puñado de frutos secos -almendras, avellanas o. nueces-, acompañados de un poco de pan moreno, y en aquella época encontraba un chocolate muy oscuro por el que sentía una gran atracción, y lo solía tomar por las tardes, y a veces a media mañana.
Sin saberlo yo entonces, había introducido en mi dieta, con el cacao, las almendras, avellanas y el pan integral, algunos de los alimentos más ricos en magnesio.
Además, empezaba a tomar ya en el desayuno proteínas (el huevo y el jamón) y vitamina C con la fruta. Este nuevo modo de comer, junto con las tracciones y la gimnasia, me aliviaron mis problemas, hasta el punto de que pude empezar a llevar una vida seminormal, que excluía un gran trabajo físico, pero que me permitió estudiar y dar clases de Bachillerato en un instituto de Enseñanza Media.
Después orienté mi nuevo trabajo hacia la dietética, en primer lugar, para estar mejor informada sobre lo que con­venía a mi diabetes, y también porque me daba cuenta de que la que quizá es la ciencia más importante de todas -pues del alimentarnos correctamente depende en gran parte nuestra salud-, es una disciplina que en aquella época no se estudiaba en ninguna Facultad de Ciencias de España y ni siquiera existía esa asignatura en la carrera de Medicina. (…)
Pues bien, en aquella época leí en un librito, escrito por un jesuita, que las sales de magnesio iban bien para los forúnculos. Yo tenía entonces la cara como un mapa de la Luna, llena de bultos y cráteres debidos a los forúnculos que me salían, y a los huecos que me dejaban los granos vacíos de pus. Sin mucha convicción, empecé a tomar cloruro magnésico como último recurso, pues desde los veinte años me habían hecho todos los tratamientos imaginables intentando resolver los rebeldes problemas de mi piel. Con sorpresa y gran alegría por mi parte, pude comprobar que, poco a poco, mi cara mejoraba. (…)
A los dos años, mi artrosis había mejorado de tal manera que, en una ocasión en que levantando un peso me hice un esguince, y yo pensaba que podía ser una hernia discal, dos médicos que vieron la radiografía que me habían hecho para ver cuál era el daño, me dijeron que el dolor de que me quejaba obedecía a un problema muscular; me había hecho un esguince, ya que, según ellos, tenía la columna bien. Como yo me había quedado sin habla al oír aquello, y en la Seguridad Social, donde me habían tratado, iban muy de prisa, no pude explicarles que llevaba unos treinta años padeciendo de problemas en la columna. Desde los diecinueve hasta los cincuenta y dos que tenía entonces. Pero lo que ellos decían respondía a mi estado en la época. No tenía dolores de cabeza, ni de hombros, apenas me dolían las caderas, las rodillas ya no las sentía ... y tampoco las plantas de los pies. Me despertaba ligera como no recordaba casi desde mi niñez. Pero lo que siguió volvió a dar la razón a los médicos que últimamente me habían hecho las nuevas radiografías: pude quitarme el corsé que me había visto obligada a llevar durante veintiún años. (…)
¿Y qué había hecho de novedad? Solamente la dieta, modificando mi desayuno, introduciendo los cambios que anteriormente he citado, más la ingestión de magnesio. Siempre me habían dicho que «la artrosis no tenía cura», que «es un problema progresivo e irreversible» y que «el cartílago desgastado no se rehace jamás»…
Puedo afirmar que, afortunadamente, no es así. Que el cartílago, como cualquier otro tejido, puede regenerarse, siempre que la alimentación haga el aporte de los nutrientes necesarios para la fabricación de colágeno. (…)
Se sabe que el «turnover», es decir, la destrucción y neoformación de los colágenos, que son las proteínas más abundantes en los cartílagos, huesos y tendones, es de unos seis, siete y más años, y ello es debido a la complejidad de los colágenos. Afortunadamente, no solo yo, sino que muchísimas personas, pasados dos o tres años, vienen a verme o me escriben diciéndome «ya soy otro» u otra, pues precisamente hay más mujeres que varones que sufren este problema. Pero estamos viendo, y la bioquímica lo confirma, que la mejoría todavía se produce a lo largo de cinco o seis años más. Siempre, claro está, que no se deje de comer como explico ni de tomar los suplementos de magnesio y lecitina que recomiendo.
A lo largo de mi trabajo también me he encontrado con varias personas que vuelven a verme y me dicen lo siguiente: «Señora, a los dos años me había curado y, por lo tanto, dejé de tomar el magnesio, volví al desayuno del café con leche y la pasta o café y cereales, y ya ve, han pasado dos o tres años más y vuelvo a encontrarme dolorida y rígida». Esta frase la he escuchado en muchas ocasiones, y se debe a que la gente cree que la artrosis se cura como un tifus o una pulmonía, y la artrosis no es una «enfermedad», sino un deterioro de los tejidos, porque su renovación ha quedado retrasada en relación con el desgaste, y en consecuencia, si su comida les provee de los nutrientes necesarios para la formación, fundamentalmente de proteínas, se encuentran bien, y si no, sufren un problema que no solo afecta a los cartílagos y tienen dolores, sino también a la parte viva del hueso, que es la que les proporciona flexibilidad y permite que, si sufren una presión, no se rompan. La «osteoporosis» es una desvitalización del hueso en la que por falta de matriz orgánica, es decir, por falta de renovación del colágeno, este se vuelve quebradizo. No es la falta de calcio la causa de que los huesos se rompan con facilidad, sino la falta de colágeno, que es la gelatina del hueso cuando este se cuece. Es más, cuando el esqueleto no está todavía bien calcificado, como ocurre en los niños, los huesos no se rompen con facilidad, pues son flexibles; precisamente es el calcio lo que les quita su elasticidad, y por eso las roturas son mucho más frecuentes en los adultos. (…)
Lo que sucede es que como el colágeno es el soporte del calcio en el esqueleto, midiendo la cantidad de calcio que tienen los huesos podemos conocer su grado de «desvitalización», que es lo que los hace frágiles (pues a menos colágeno, también menos calcio) y esto que explico aquí no lo expone nadie con claridad, y además creo que ni siquiera entienden el fondo de la cuestión aquellas personas que dan cantidades de calcio que son el doble o triple de las que un adulto necesita, con lo que están convirtiendo a sus pacientes en candidatos a formar piedras en el riñón y calcificar las arterias, ya sean de los ojos, oídos, pulmones, extremidades, etc.
Están viendo en los análisis que la cantidad de calcio en la sangre es correcta y, sin embargo, recomiendan tomar suplementos de este elemento, cuando en realidad la pregunta que deben hacerse es: ¿por qué esta persona que tiene suficiente calcio no lo fija en los huesos? Quizá si pensaran de esta manera y recordaran lo que estudiaron en la Física del Bachillerato, llegarian por sí mismos a la solución del problema que, evidentemente, ha de surgir del planteamiento correcto de la cuestión. (…)

Comentarios

  1. Me resulta tan vergonzoso, si esto es así ya que llevo toda mi vida con artrosis y solo mandan antiinflamatorios y un arsenal de pastillas para los dolores.
    Sabéis nunca es tarde como digo yo si la dicha es bueno .
    un millón de gracias a esta gran señora

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